¡Vivir y dejar vivir!

La filosofía de LIFE UNION se puede resumir en términos simplificados en este eslogan aparentemente trivial aunque profundo. Expresa que cada ser viviendo en la entidad más grande, que la biosfera terrestre representa para nosotros, tiene un valor intrínseco en sí mismo. Este valor es igual para todos los seres vivos y no debe confundirse con sus valores utilitarios para el hombre, para otras formas de vida o cosas sin vida. De los valores intrínsecos de los seres vivos se derivan sus derechos a una existencia respectada que no deben ser violados sin necesidad. El eslogan “Vivir y dejar vivir” subraya ademas la responsabilidad particular de los humanos frente a sus congéneres, otros seres vivos y sus hábitats naturales. Esta responsabilidad para los otros seres vivos y sus hábitats recae en todas las personas normales debido a sus capacidades mentales excepcionales. De hecho, ninguna forma de inteligencia animal podría asumir esta responsabilidad. La mayoria de los problemas resultan del hecho que muchos individuos hacen mal uso de sus capacidades mentales y explotan sin escrúpulos congéneres, otras criaturas y sus hábitats naturales sin cumplir con sus responsabilidades. Tal comportamiento tampoco es coherente con la jerarquia proclamada por los humanos a traves de las religiones monoteistas, ya que gobernar de manera ideal implica la responsabilidad para el bienestar de los gobernados.
“Vivir y dejar vivir” nunca significo que los humanos no deban matar a otros seres vivos, de lo contrario habrían muerto hambrientos o congelados desde que aparecieron en la Tierra. Las palabras “dejar vivir” en este eslogan también se refieren a los humanos mismos. Significan que a las personas no solo se les permite matar a otros seres vivos, sino que se les obliga a hacerlo para sobrevivir. Porque la comida de todos los humanos y animales está compuesta casi exclusivamente por organismos anteriormente vivos. Mas bien, las palabras “dejar vivir” son un llamado a los humanos para que se abstengan de maltratar, herir y matar a otros seres vivos sin necesidad. Estas dos palabras tratan de persuaderlos a actuar de la manera más consciente posible, teniendo en cuenta todas las posibles consecuencias de sus acciones para otras formas de vida y sus hábitats. Estas palabras requieren la máxima precaución para minimizar el daño involuntario a otros seres vivos y ecosistemas a través de la negligencia personal. También es importante mencionar que en la conjunción “y” de este eslogan, se esconde un guiño a la ecología, notablemente a las interdependencias de los seres vivos entre ellos y con sus hábitats. Esta letra a ella sola resume de cierta manera la visión holística que permitió a nuestros antepasados vivir en un equilibrio dinámico con la naturaleza durante miles de años. Esto fue posible porque ellos se consideraban ser solo un elemento entre muchos otros de la entidad natural, incluso si tenían profundos impactos en sus territorios debido a sus capacidades únicas. Todo parece indicar que solo una actitud respetuosa del hombre frente a todas las entidades naturales puede evitar los desastres sociales y ecológicos que ya se avecinan. No importa si esta renovación ética esencial de la sociedad se desencadena por un despertar filosófico o espiritual.

Las diferentes éticas ambientales

Durante al menos 2.500 años, sabios, filósofos y otros estudiosos han discutido mucho los roles del hombre en el mundo. Esto revela sus miradas anthropocentricas, ya que se interesaron muy poco a los otros seres vivos del planeta. En consecuencia, sólo se conoce una minima fracción de todas las especies que aún existen y están extintas, a pesar de todos los avances en la ciencia. De la mayoría de las especies conocidas, generalmente se sabe poco más que su anatomía. La destrucción de los ecosistemas naturales por parte de los humanos se acelera exponencialmente y conduce a la erradicación de más y más especies antes de que se pueda estudiarlas e impone para siempre límites en nuestro conocimiento futuro de la vida en la Tierra. Incluso sin tener en cuenta los límites fisiológicos de nuestros sentidos y la subjetividad de la mente humana, esta claro que es imposible capturar las dimensiones de la biodiversidad del planeta y las capacidades de sus seres vivos. Por lo tanto, todos los esfuerzos intelectuales a lo largo de los siglos para aclarar aun superficialmente el rol del hombre en el planeta resultan ser especulaciones sobre un mundo en gran parte desconocido. Sin embargo, la arrogancia intelectual humana se ha impuesto durante los ultimos milenios, configurando diferentes visiones del mundo. Estos pueden clasificarse según las relaciones de sus seguidores con otras entidades naturales en diferentes éticas ambientales agrupadas en dos categorías:
La categoría predominante de estas cosmovisiones, caracterizadas como antropocentrismos, coloca a los humanos sin razón aparente en el centro del Universo y sobre todas las demás formas de vida. Los únicos argumentos presentados para explicar esta posición privilegiada del hombre son sus capacidades mentales o la especulación teológica monoteísta, según la cual el hombre fue creado a la imagen de Dios. La ética antropocéntrica solo concede a los humanos valores en sí mismos, llamados intrínsecos o inherentes, y por lo tanto derechos a una existencia adecuada y a la protección. Se niegan a concebir valores intrínsecos para todos los demás seres vivos, así como para elementos y fenómenos naturales, atribuyéndoles solo valores de utilidad. En consecuencia, los otros seres vivos no tienen ningún derecho o interés propio, no merecen protección y sirven sobre todo a los intereses humanos. Debido a esto, el antropocentrismo es la causa de la mayoría de los problemas ambientales en el sentido más amplio. Muchos críticos consideran el antropocentrismo como racismo ético y su enfoque también se define como especismo.
Dentro del antropocentrismo, la ética egocéntrica se distingue de la llamada ética social o altruista. Los muchos seguidores de la ética egocéntrica primero buscan su propio bienestar y se entregan al hedonismo, que parece haber aparecido por la primera vez como actitud deliberada en la Grecia antigua. La búsqueda del placer personal y el disfrute propio son los objetivos supremos de esta filosofía muy actual. Los síntomas característicos de la ética egocéntrica son el autoenfoque y las tendencias hacia la indulgencia y la sobrevaloración de los bienes materiales. La ética social dentro del antropocentrismo difiere entre sí según el alcance de sus respectivas comunidades morales. Estas comunidades incluyen todos los elementos naturales, en el caso del antropocentrismo solo a humanos, a los que se atribuye un valor inherente, así como el derecho a la existencia y a la protección. En la mayoría de los casos, otorgan solo a una minoría definida de la humanidad, como un grupo familiar, regional, político, étnico o cultural, a veces a una nación entera, pero rara vez a todos los humanos, los mismos valores intrínsecos y derechos a la existencia y protección.
Además del antropocentrismo que domina casi toda la sociedad humana, hay una segunda categoría de eticas que agrupa lo que se llama las éticas ambientales trascendentales, porque no se limitan a las relaciones entre humanos. Sus comunidades morales, aunque diferentes, siempre van mucho más allá de la humanidad, por lo que estas éticas se consideran eticamente superiores a las llamadas antropocéntricas:
El patocentrismo esta situado generalmente en el primer nivel de las éticas ambientales trascendentales. Además de los seres humanos, otorga a todos los demás seres considerados sensibles al dolor, generalmente a los vertebrados superiores, sus propios valores y derechos de protección derivados. El punto débil de la ética patocéntrica resulta de la imposibilidad de demostrar la sensibilidad al dolor. El biocentrismo, cuya comunidad moral incluye a todos los seres vivos, y por esto alcanza el nivel ético siguiente, no presenta este punto débil. La ética ambiental biocéntrica sostiene que incluso las criaturas insensibles tienen sus propios valores, un interés y, por lo tanto, también un derecho a existir con dignidad y a proteger sus vidas. Su representante más eminente fue el medico y teólogo Albert Schweitzer (1875-1965), cuyo famoso dicho “Vivo en medio de vidas queriendo vivir” resume perfectamente la doctrina de la ética biocéntrica.


Fuente: © Deutsches Albert-Schweitzer-Zentrum Frankfurt a. M. (Archiv und Museum)

El ecocentrismo pluralista u holismo, cercano al biocentrismo, alcanza el nivel más alto desde el punto de vista ético. Esta etica ambiental incluye en su comunidad moral no solo todos los seres vivos, sino también todas las especies, todos los ecosistemas y paisajes naturales, e incluso las entidades conceptuales más grandes, como la biodiversidad y la biosfera. Es la ética ambiental, cuyos orígenes se remontan a los comienzos de la humanidad, y que atribuye valores intrínsecos a la comunidad moral más grande y le otorga los derechos a la existencia y la protección correspondiente a todos sus elementos.

Ecología profunda

La aparición del movimiento ecológico moderno había atraído la atención de filósofos, que actualmente están muy interesados en la ética ambiental. Esta disciplina marcó una nueva generación de filósofos, algunos de los cuales buscaron conceptos aplicables para una gestión responsable del medio ambiente. El filósofo noruego Arne Næss (1912-2009) fue particularmente activo en este proceso. Gracias a su concepto de “ecología profunda”, se ha establecido como uno de los pensadores más importantes del nuevo movimiento ambiental. Con directivas concretas, los principios de la plataforma de ecología profunda, quería convencer a las personas de adoptar comportamientos menos violentos y menos consumistas en su relación con el medio ambiente (*). La ecología profunda se basa en una visión holística, que todo está unido en una entidad global, y enfatiza la importancia de todas las partes para la entidad de todo. Atribuye un valor intrínseco y otorga el derecho a una existencia no perturbada no solo a los humanos, sino también a todos los demás seres vivos, especies y hábitats naturales. A diferencia de la ecología, que carece de todos los valores, la ecología profunda se basa en una ética obligada a principios altruistas. Se entiende que es la respuesta a la pregunta fundamental de cómo las personas deben comportarse de manera responsable en la comunidad terrenal de todos los seres vivos y todo lo natural. Naess desenmascaró la opinión generalizada, que ha causado innumerables muertes y destrucciónes, de que los humanos tienen el derecho, debido a sus capacidades mentales, a explotar y destruir el resto de la naturaleza a su antojo. Además, asignó la responsabilidad del cuidado universal a los humanos, y solo a ellos, por esa misma razón. Esta concepción de Naess fue compartida por el filósofo y biocentrista austroamericano Hans Jonas (1903-1993), quien enfatizó el rol de la humanidad como tutor para toda la naturaleza. Naess, con su enfoque respetuoso y orientado a la práctica, como otros antes que él, buscó una alternativa positiva a la vision antropocéntrica del mundo, a menudo resultando fatal para la vida del planeta y perjudicial para el medio ambiente. Ya a principios de la década de 1970, planteo a la ecología profunda como una alternativa al “movimiento de la ecología superficial”, que busca la protección del medio ambiente en el espíritu antropocéntrico, cuyo objetivo principal es la supervivencia humana en la Tierra. En este contexto, Naess, seguido por el filósofo austríaco Peter Kampits y otros, pidieron reemplazar el término “medio ambiente” por el de “mundo asociado”, para contrarrestar la ilusion y engañosa separación mental de las personas de la biosfera y su demarcación fatal de la naturaleza.
La filosofía y los objetivos de LIFE UNION son muy parecidos a los de la ecología profunda, que, como una reemisión actual del holismo de las comunidades animistas probadas durante milenios, merece el interés mundial y el máximo apoyo.

La profanación de la naturaleza

Durante miles de años, el medio ambiente no solo fue el lugar para buscar los recursos necesarios para la supervivencia humana, sino también una red de viviendas y territorios de sus deidades. Las religiones animistas han podido calmar los temores de sus seguidores frente a los animales peligrosos y los fenómenos naturales atemorizantes, asegurando durante milenios la supervivencia de tribus antiguas totalmente dependientes de la naturaleza. Debido a que estos pueblos habían reconocido durante su forma de vida natural muchas dependencias de seres vivos entre ellos y sus hábitats mucho antes que apareció la ecología, sus múltiples divinidades se encarnaron no solo en otros seres vivos, sino también ocupaban hábitats esenciales como aguas, montañas y otros paisajes, así como apariciones celestes como estrellas, nubes, relámpagos y truenos.
El Génesis del Antiguo Testamento expulsó a todas estas deidades del entorno natural y del espíritu de nuestros antepasados. Con esta profanación sistemática de la naturaleza por el monoteísmo del judaísmo, luego del cristianismo y posteriormente, del islam, los temores de los humanos de ser castigados por las deidades animistas por haber enfrentado sus reglas, desaparecieron rápidamente. Desde entonces, en lugar de respetar las varias deidades, que anteriormente residían en sus inmediaciones y dominaban el mundo, solo habia que obedecer a los lideres religiosos que proclamaban la voluntad del Dios unico. Esto hizo que el saqueo de la naturaleza fuera socialmente aceptable por primera vez. Con la eliminación de las divinidades animistas por el monoteísmo, surgió el mandato explícito del nuevo y único Dios para el dominio total del hombre sobre la naturaleza. Así fue escrito: “Y Dios dijo: Hagamos a los humanos, una imagen que se nos parezca, que reine sobre los peces del mar, las aves bajo el cielo, el ganado, toda la Tierra y sobre todo los bichos que se arrastran por la tierra … Sean fecundos y multiplíquense, ocupen la Tierra y sometenla, reinen sobre los peces en el mar y sobre las aves bajo el cielo y sobre todas las bestias que se arrastran sobre la tierra “(1 Libro Moisés, 1, 26 y 28). Según el octavo salmo, después de haber recibido este mandato de Dios, el hombre le preguntó “… ¿Qué es el hombre, para que lo recuerdes a él y al hijo del hombre, que lo aceptes? Lo hiciste un poco menor que Dios … Lo hiciste el maestro sobre la creación de tu mano, de todo lo que pusiste bajo sus pies, de ovejas y bueyes, así como de bestias salvajes, pájaros bajo el cielo y peces en el mar y todo lo que anima los océanos … “. Este mandato divino de subyugar a todos los demás seres vivos y explotar toda la naturaleza subraya la responsabilidad principal del monoteísmo en la explotación abusiva de innumerables criaturas, la alienación y la destrucción del medio ambiente por el hombre.
Con la reducción de la naturaleza de una estructura sagrada y protegida a una especie de tienda global de autoservicio gratuito para el favorito exclusivo del nuevo Dios todopoderoso, el monoteísmo ha dado paso a la era del antropocentrismo autoritario que continúa hasta nuestros días y ya amenaza gran parte de la biosfera asi como el futuro de la humanidad.
Hasta hace poco, cualquier misticismo natural que reviviera la espiritualidad animista, que garantizaba la supervivencia a largo plazo de nuestros ancestros lejanos, corría serios riesgos. Estos incluyeron hasta la pena de muerte, que estaba destinada a la herejía en el mundo cristiano. En su larga historia de opresión religiosa, San Francisco fue una excepción porque predicaba la reconciliación con la de naturaleza no humana. El supo relativizar el mandato monoteísta de la dominación humana sobre la naturaleza en su campo de acción, sin ser sacrificado como un hereje. Encarnaba la humildad y la preocupación por ciertas otras formas de vida, acercándose así a la ética biocéntrica y holística, que son lo opuesto al antropocentrismo de su iglesia y su sociedad. Quizás quiso sacar a la iglesia del impasse antropocéntrico con sus sermones muy populares, a veces influenciados por la cosmología, pero en este caso, desafortunadamente fracasó en este intento.

La devaluación de la naturaleza

Después del derrocamiento de la mayoría de las religiones animistas por el monoteísmo, que había desterrado a sus deidades probadas de su esfera de influencia, el camino estaba libre para el asalto final al Monte Olympo, el hogar de las deidades más poderosas de la Grecia antigua. Después de su purga, los otros dioses y semidioses fueron expulsados del antiguo imperio de Grecia. Poco a poco, todos sus antiguos cultos religiosos, incluido el panteísmo que glorificaba a la naturaleza, cayeron en el olvido. Fue el comienzo del triunfo progresivo del “Logos”, la ampliación del llamado pensamiento lógico, que recayó en filósofos helenísticos como Sócrates (470-399 a. C.), Demócrito (460-371 a. C.) y especialmente Platón (427-348/347 a. C.) y Aristóteles (384-322 a. C.). La reducción drástica de la naturaleza a aspectos tangibles, incluidos los humanos, persiste hasta hoy. Continuó la devaluación de la naturaleza como entidad universal que abarca todo, a una gran máquina bajo control creciente del hombre. Después de las primeras oleadas de ataques decisivos del monoteísmo y de los filósofos griegos centrados en lo racional contra la naturaleza, siguieron otros. Los ataques posteriores contra la naturaleza se sirvieron de reducciones matemáticas, que solo habían sido posibles desde entonces, como puntas de lanza. Los lanzadores de estos nuevos ataques a la naturaleza, celebrados hasta la fecha, fueron eruditos universales como Johannes Kepler (1571-1630), Galileo Galilei (1564-1642) y René Descartes (1596-1650). Galileo siguió el punto de vista de Kepler, según el cual el espíritu humano había sido concebido para poder comprender solo cantidades y limitarse a los aspectos materiales del mundo, descuidando todas las cualidades intangibles como superfluas. Descartes creía que los animales, como seres vivos que no pueden pensar, son esencialmente máquinas más complejas. Su objetivo de convertir a los hombres en dueños de toda la naturaleza a través de las matemáticas, despertó un gran interés más allá de su muerte, de acuerdo con su reputación como pionero de la llamada era de la Iluminación. Estos académicos influyentes habían estudiado las matemáticas de su tiempo y habían comenzado a medir elementos naturales con los medios disponibles en ese momento. Desde entonces, la cuantificación superficial de la naturaleza, con el objetivo de conquistarla y controlarla, continúa sin cuestionarse. Una cita atribuida a Sir Francis Bacon (1561-1626), el llamado padre de la metodología de la ciencia, muestra que el fin siempre ha santificado todos los medios. Según él, sería conveniente, si fuera necesario, poner la naturaleza en el caballete de la tortura, para desvelar sus secretos.
Karl Marx (1818-1883) lanzó otro ataque importante que logró devaluar la naturaleza de forma duradera, y también la redujo a unos pocos aspectos materiales. Por lo tanto, escribió: “El material natural, en la medida en que no contiene trabajo humano, y donde existe como una cuestión simple, independiente del trabajo humano, no tiene valor, ya que el valor solo es trabajo materializado “, y que” la naturaleza pasa a ser … simple objeto para el hombre, puramente una cuestión de utilidad, deja de ser reconocido como poder “. (**)
Es probable que la devaluación, la instrumentalización y la reducción progresiva de la naturaleza por parte del ser humano lo amenacen a el mismo como un elemento de esta entidad y lo reduzcan a sus funciones instrumentalizadas como consumidor y productor de bienes y servicios, o tal vez incluso lo hacen desaparecer.
El jefe indio Sealth, alias Seattle, (1786-1866) del pueblo Duwamish, que presenció el exterminio de la mayoría de su tribu, ya había reconocido estos peligros, si la siguiente cita, que se le atribuye, viene de él: “Lo que el hombre le hace a la tierra, se lo hace a sí mismo”

* ver: Naess, A., Sessions, G. (1984/1): Basic Principles of Deep Ecology. In: Ecophilosophy VI.
** ver: Alfred Schmidt, Der Begriff der Natur in der Lehre von Karl Marx. Europäische Verlagsanstalt, Frankfurt am Main 1962. (4. Aufl. 1993, ISBN 3-434-46209-0)